“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros." (Juan 13:34-35)
La identidad de los hijos de Dios se ha limitado a algunas etiquetas que nosotros mismos hemos adoptado como características de una sociedad, tales como: ciertas posturas y actitudes al orar y alabar a Dios, cierta jerga de procedencia bíblica, incluso el orgullo de pertenecer a una determinada denominación evangélica. Sin embargo, cuando acudimos a la Palabra de Dios nos podemos percatar fácilmente que los cristianos debemos identificarnos a través del amor. No hay otra cosa que haga más evidente nuestra identidad como cristianos, que el amor. Que os améis unos a otros; como yo os he amado dijo el Señor, y en esto conocerán todos que sois mis discípulos.
Dirán algunos que es difícil, pero la Palabra enseña que para Dios no hay cosa difícil (Génesis 18:14), y es Dios el que hará la obra en nosotros; dirán otros que esto es algo que ya saben, pero la realidad es dura y habla otra cosa: que no tienen tiempo suficiente para atender a los suyos, menos a los de su iglesia, mucho menos a sus familiares, e infinitamente menos a sus enemigos (Mateo 5:44). Pero el señor Jesús sabía que nuestro corazón es engañoso (Juan 2:25) y que el hombre, por su propia cuenta, no puede cumplir con los mandamientos del Hijo, y por eso mandó su Espíritu Santo, para que Él fuera quien hiciera esta obra en nosotros (Juan 16:13).
Ahora ¿significa esto que no debemos sentir un amor sincero y que el amor lo practiquemos únicamente porque estamos obligados a hacerlo? La verdad es que cuando hacemos las cosas por obligación puede que nos salgan bien, pero cuando las hacemos con amor, las cosas salen mucho mejor. De hecho los mandamientos de Dios están precedidos por el primer y más grande mandamiento de la ley de Dios que es Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Mateo 22:37, un mandamiento que nos dice en sí mismo que amemos a nuestro Dios, no por obligación sino con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente, y esto no puede ser posible cuando se ama por obligación, de hecho creo que nadie puede amar por obligación, pues el amor cuando es verdadero es del todo sincero.
Entonces si el amor sincero no puede ser un amor obligado ¿por qué amar a Dios y al prójimo es un mandamiento? Creo que la respuesta está en la naturaleza divina que hemos adquirido ahora que somos nuevas criaturas en Cristo (2 Pedro 1:4). Dios no ama a nadie por obligación, sino que su naturaleza le mueve a amar incondicionalmente (1 Corintios 13:4-7). Un amor que actúa en armonía consigo mismo y con toda su creación. Un amor que no contradice su justicia y su santidad.
Así nosotros amaremos de una manera natural, y este amor debe armonizar perfectamente con nuestra obediencia a Dios, como lo dijo el señor Jesucristo Si me amáis, guardad mis mandamientos. (Juan 14:15), y para que el amor sea expuesto como amor verdadero debe existir de por medio una evidencia tangible.
La Escritura nos presenta un caso muy específico, una persona a quien la historia llama amigo de Dios y que el apóstol Santiago viene a mencionar para explicar que una verdadera fe produce obras en nosotros, es decir, pruebas tangibles de que realmente amamos a Dios, como lo hizo el patriarca Abraham, mismo que fue llamado, por consecuencia amigo de Dios (Santiago 2:21-23)
Concluimos pues, que si realmente somos nacidos de nuevo, y contamos de este modo con una nueva naturaleza espiritual, el amor surgirá de una manera natural, y que los mandamientos de Dios se harán palpables en nosotros gracias a la guía y el poder del Espíritu Santo de Dios, el que nos ha sido dado, y que en nosotros produce un fruto que está directamente involucrado con el amor (Gálatas 5:22-23), y que nos dará una verdadera identidad delante de Dios y de la gente, fundada en lo verdaderamente trascendental, en el amor, al mostrarnos a nosotros mismos como verdaderos discípulos de Jesús, amándonos los unos a los otros, tal como Jesús lo hizo con cada uno de sus discípulos (Juan 15:12), incluso de sus enemigos (Lucas 23:34).
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El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
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