"Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos" (Juan 17:20)
Tan necesario es predicar la Palabra de Dios, como orar por aquellos que han de creer en la Palabra por conducto nuestro.
Conocí a un hombre sobrio y sonriente, que, según cuenta el pastor de él, estuvieron orando por él, en los tiempos en los que, en los suelos de su comunidad, se quedaba tirado de borracho, y parecía un caso imposible. Pero un día, Dios tuvo misericordia de él, y escucho las oraciones del pastor y de los hermanos de la iglesia, y escuchó el evangelio y se convirtió a Cristo ¡Qué hubiera sido de él si nadie se hubiera acordado de él en sus oraciones! La oración del justo puede mucho.
Todos tenemos uno, o más de un familiar que aún no ha entregado su vida al Señor Jesucristo, y nuestro deseo es, por supuesto, que se convierta. Quisiéramos verlo alabar a Dios, y quisiéramos tener la seguridad de que en el día final, lo veremos allá junto con nosotros en el cielo. Tal vez ya hemos orado por él, y no hemos visto aún respuesta de Dios. Nuestro Dios tiene formas misteriosas de obrar, y vemos que, a quienes nosotros mismos con ojos humanos consideramos como peores pecadores, se convierten al Señor, y nuestros seres amados no quieren nada con el Señor. No debemos perder la esperanza, sino tomar todas las promesas del Señor al respecto, y llevarlas ante Su altar, y orar por nuestros familiares, basando nuestra oración en estas. Promesas como "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa" (Hechos 16:31) o "el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2:4) o "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él." (Juan 3:17) y cualquier otro versículo que el Espíritu Santo de Dios nos pueda dar a manera de promesa, para orar delante de Dios. No debemos desistir, pues todo lo que hagamos para el Señor y en el Señor, nunca será en vano, y no nos cansemos de hacer el bien.
Aunque, por otro lado, también debemos considerar que no todos los hombres se salvarán, pues muchos han despreciado y menospreciado el sacrificio de nuestro Señor en la cruz, y la gracia redentora que Dios nos da por medio de la fe, no de nosotros, no de nuestras obras, sino de Dios como un precioso don para que nadie se gloríe delante de nuestro Dios (Efesios 2:8).
No nos corresponde a nosotros juzgar quién creerá y quien no creerá, pues esto solo está dentro de la jurisdicción santa de Dios, por lo cual no debemos perder la esperanza, pues, incluso Dios, cuando tiene misericordia, es Él quien mueve los corazones y las voluntades, y ni tarde ni temprano, sino en el tiempo perfecto de Dios, las personas pueden proceder al arrepentimiento.
Les invito hermanos, a que no abandonemos a nuestros familiares, y amigos o enemigos, y a la gente que nos rodea y a todos aquellos con los que de alguna manera comenzamos a relacionarnos directa o indirectamente, incluso por la gente que no conocemos, y que nos acordemos de ellos en nuestras oraciones, pues quizás no haya ningún cristiano en la tierra fuera de nosotros que se acuerde de ellos en sus oraciones. Pues si el Señor oró por los que han de creer por la palabra nuestra (Juan 17:20), por qué nosotros habremos de descuidar este trabajo tan precioso que con la ayuda del Espíritu Santo será fructífero conforme a la voluntad de nuestro buen Dios.
0 comentarios:
Publicar un comentario