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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Dios cuida de sus hijos

Hace algunos días salí de mi casa rumbo a nuestra iglesia ya que íbamos a tener nuestra consabida reunión mensual de varones. Ya era de dominio público la noticia de que andaba rondando por la región una tormenta tropical y que se aproximaba hacia Monterrey, sin embargo el cielo aún se veía limpio la tarde en que salí de mi casa. 
En la mano llevaba mi Biblia y mi tableta. No llevaba paraguas ni impermeable porque así somos muchos hombres, desprevenidos y nada detallistas, aunque mi esposa ya me había advertido que la lluvia podía sorprenderme (doy gracias a Dios por la vida de mi esposa, por su nobleza y abnegación, por ser mi ayuda idónea). Bajé del autobús, y me dispuse a caminar aproximadamente dos kilómetros, porque el autobús me deja a esa distancia de la iglesia y ya no traía dinero para abordar un taxi. 
Todo iba bien en los primeros quinientos metros, de hecho varias veces voltee a ver el Cerro de la Silla, y solamente había unas cuantas nubes rondando por su cabeza. De pronto ocurrió algo inesperado, porque aunque ya sabíamos que llovería, no me imaginé que después de ver el cielo despejado y el Cerro de la Silla en todo su esplendor, repentinamente quedara todo cubierto de unas nubes furiosas y dispuestas a invadir toda la ciudad. 
En cuestión de segundos comenzó a caer una lluvia densa, que por momentos tomaba una fuerza brutal. Comencé a correr, y a unos pocos metros encontré un negocio con un pequeño techo de lona bajo el cual pude resguardarme de la tormenta. Bajo ese pequeño techo observaba a la gente pasar en sus coches, y algunos otros que pasaban a pie corrían rápido para mojarse lo menos posible. 
La lluvia azotaba de pronto, manipulada por el viento, los truenos se hacían respetar y en momentos no era suficiente el sutil refugio que había encontrado. Oraba a Dios mientras vivía el momento, convencido de que él detendría la lluvia si a él le placía, sabiendo de antemano que él podía ayudarme, aunque en ese momento yo desconocía absolutamente lo que Dios estaba planeando hacer conmigo. 
Pasaban los minutos y conforme la lluvia se iba volviendo más intensa yo continuaba orando sin detenerme. Sabia que Dios iba a hacer algo pero no imaginaba qué. De pronto escuché que golpearon varias veces la vitrina del negocio donde estaba yo parado, y al voltear, una señorita me indicó con la mano que pasara a las instalaciones, entonces entré. 
Cuando abrí la puerta, aquella señorita comenzó decirme amablemente que si quería podía estar ahí dentro para que no me siguiera mojando, pues la lluvia de todos modos llegaba al lugar donde me había refugiado. Me mostré agradecido con ella y di gracias a Dios en voz alta, porque estaba convencido de aquello venía de él. 
Había también una señora como de unos 60 años que había realizado unas compras en el expendio, la miré y me sonreí, y comenzamos a hablar de la lluvia, que si estaba muy fuerte, que si se vino de pronto, mientras que la señorita de tras del despacho me tendió su mano para darme una bolsa para que guardara mi Biblia y mi tableta electrónica y así no se me mojaran. 
Aproveché el tema de la lluvia para hablar de la oración que había hecho a Dios, y que Dios me había respondido a través de la señorita cuando ella había tocado con un toc-toc-toc la vitrina que daba hacia la calle para pedirme a señas que entrara, y cuando me había regalado la bolsa para que yo protegiera las dos herramientas que llevaba en mi mano, y que son muy importantes para el ejercicio de mi ministerio, pues no quise quedarme sin dar testimonio de lo que Dios había hecho aquella tarde, y mientras yo hablaba el Señor siguió respondiendo a mis oraciones, pues la lluvia se calmó en ese instante, y estoy seguro que es furiosa lluvia pudo haber durado toda la noche, pero yo sabía que Dios reina por sobre todas las cosas, y que las tormentas le obedecen. 
Me despedí de aquellas dos mujeres deseándoles la bendición de Dios, y salí corriendo de aquel lugar, emocionado por lo que había ocurrido, dando saltos largos en las encharcaciones de la calle, mirando hacia el cielo y alabando a Dios, contemplando un enorme círculo celeste rodeado por nubes grises cargadas de agua que posaba encima de aquella zona de la ciudad, como si Dios hubiera abierto los cielos con sus manos.
Seguí mi camino hacia la iglesia, alborozado y gozoso por tener un Dios que nos ama, un Dios todopoderoso, que siendo el Rey de Reyes y creador del universo vive con nosotros y en nosotros, y aunque no lo merecemos, sólo por su gracia, Él siempre cuida de sus hijos. 



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El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en 
América Latina © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.




Derechos Reservados ©
Erik Orlando Torres Zavala
Barcelona 421 Col. Hacienda San Marcos
Juárez N.L. México
2014
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