Literatura, creación literaria, libros y más...

lunes, 3 de junio de 2019

La Fe que se Humilla ante Dios



“26 Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. 27 Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.” Mateo 15:26-28

La actitud de muchos cristianos, ante ciertas circunstancias de prueba o adversidad suele expresar excesiva seguridad y confianza en Dios. La fe de ellos sobrepasa los límites de la fe “común a todos los cristianos”, logrando así entrar a un terreno de aparente espiritualidad superior. La verdad es que no hay nada de malo en depositar absolutamente toda nuestra confianza en Dios, de hecho creo que así es como debemos vivir todos y cada uno de los salvos por fe en Jesucristo. Sin embargo hay algo que siempre y sin lugar a dudas nos va a delatar en nuestra insincera demostración de fe, y es nuestra actitud y nuestras palabras, además de nuestra reacción hacia la respuesta de Dios respecto a nuestras peticiones.

¿Cómo reaccionaría usted si una persona departe de Dios le diera esta clase de resolución en respuesta a sus peticiones delante de Dios usando un dicho popular y comparándole con un animal?: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.” Aunque es claro que Jesús no dijo estas palabras en un sentido despreciativo, la realidad es que a ninguna persona le gusta ser comparada con los animales, llámese domésticos o salvajes.

Vayamos a lo que dice Mateo capítulo 15, versículos del 21 al 28:

“21 Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. 22 Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. 23 Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. 24 El respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.”


Notemos que Jesús guardó un gran silencio ante la petición de aquella mujer. Esto no se debió a que el Señor no tuviera nada qué decir o a que estuviera tomando alguna clase de represalia sobre personas no judías, sino se debió sencillamente a que el Padre le había dado a Jesús la divina instrucción de ir primero a atender y salvar al amado pueblo de Dios, Israel, y la nacionalidad de la mujer la excluía de todo beneficio inmediato. Sin embargo la actitud y las acciones de aquella mujer dieron un giro completo a esta interesante historia.

Continuamos con el versículo 25 que dice:

25 Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! 26 Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. 27 Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.”

La declaración de fe de aquella mujer sobrepasó los límites del lenguaje y la convicción, pues su fe expresó más que palabras y seguridad, una explícita humillación delante Dios y de su Hijo, a quien el Padre había puesto en el más sublime lugar de honra.

¿De que forma se humilla usted delante del Hijo de Dios cuando eleva sus plegarias? ¿acaso se humilla usted delante de Él cuando necesita de su favor? ¿O es de los que piensan que basta solamente con creer fervientemente que él le dará lo que le pide?

Vallamos al evangelio de Lucas 5:9 

“Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” 

Muchas veces los cristianos nos tomamos de estas palabras del Señor Jesucristo para ratificar que es bíblico pedir a Dios, y que gracias a nuestra insistencia nos responderá tal y como lo explica Jesús en la parábola que antecede a estas palabras. Y es verdad, Jesús estaba enseñando a sus discípulos a depender del Padre, y una forma efectiva de depender del Padre es pidiéndole a Él todas las cosas que necesitamos y creyendo y dando testimonio de que todo lo que poseemos es gracias a Él. Pero, ¿con qué actitud nos acercamos a Él?

Recuerdo una ocasión hace ya más de diez años cuando la unión de jóvenes de la iglesia organizó una actividad evangelística que consistía en proyectar la película Jesús, misma que presentaba los hechos de su vida, muerte y su resurrección. Yo tenía tiempo ya que albergaba en mi corazón el ferviente deseo de servir al Señor, en dónde fuera y en lo que fuera, sin embargo no había tenido la oportunidad de hacerlo, ya que en la iglesia los puestos estaban siempre ocupados y las áreas de servicio cubiertas. Y por favor, no se me tome a mal o como presunción o jactancia que esté dando un ejemplo de mi propia vida, pero era tanto mi deseo de servir que le pedía al Señor en oración que me acomodara en algún lugar donde pudiera servirle, pero la respuesta a mis oraciones no llegaba. La verdad es que luego aprendí que no estaba pidiendo las cosas correctamente, porque aunque mi petición tenía el enfoque de servir a Dios, en lo más recóndito de mi corazón lo que yo le estaba diciendo al Señor era “acomódame Señor en un lugar donde tú veas que soy capaz de desenvolverme”, es decir, estaba aludiendo a las capacidades que creía tener, realmente no estaba humillando mi alma, pues Dios no necesita que le digamos en qué somos buenos y mucho menos que le presumamos lo que sabemos hacer. Sin embargo, ese día fue algo especial, fue diferente a todos los días anteriores pues le dije al Señor algo parecido a lo que le dijo el apóstol Pedro al Señor Jesús cuando se llevó a cabo la pesca milagrosa, en el momento que “cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.” (Lucas 5:8). Yo no pronuncié estas precisas palabras pero reconocí ante el Señor que no era digno de ser usado por Él, le confesé mi pecado y le pedí perdón sinceramente, arrepentido de todo corazón y con un gran nudo en la garganta. Todavía no terminaba mi oración cuando un joven de la iglesia se acercó a mí para preguntarme si yo quería cerrar la actividad con un mensaje evangelístico al finalizar la película, a lo que respondí ya con lágrimas de gozo “sí, por supuesto, cuenten conmigo” y aquello culminó en almas reconociendo públicamente a Jesús como su salvador, y mucha alegría entre los jóvenes por el maravilloso resultado de todo aquello. Sin embargo la respuesta misericordiosa de Dios no terminó ahí, sino que Dios me movió a una iglesia en donde desde el primer día que llegué me dieron oportunidad de servir a Dios, y el día de hoy después de doce años me encuentro sirviendo como pastor en un campo misionero junto a mi esposa y a mis hijos.

Dios pone a prueba nuestra humildad o nuestra soberbia permitiendo que pasen en nuestra vida ciertas situaciones en las que nos vemos obligados a hacer algunas cosas que no estamos acostumbrados a hacer, como por ejemplo, pedir perdón, enmendar con acciones nuestros errores, ceder la razón en conversaciones en las que se ve afectada nuestra “dignidad” o guardar silencio cuando en nuestra presencia están hablando mal de nosotros, por mencionar algunas. Porque definitivamente cualquier cristiano puede acercarse a Dios, postrarse ante Él y hacer una demostración de humildad en sus oraciones, pero donde realmente se demuestra que tenemos un corazón contrito y humillado, es en el campo de batalla.

Otro caso famoso, además del caso de la mujer sirofenicia, en el que se repite este patrón, es el del centurión y su esclavo a quien amaba en demasía, y el cual estaba enfermo de muerte. También notamos en él una tremenda humillación ante el Señor, pues alguien tan importante como un centurión romano descubre su alma y se confiesa a sí mismo indigno siquiera que el Señor Jesús entrara en su casa (Lucas 7:6), otra vez cuando le dice que no se sentía digno incluso de venir a Él, e inmediatamente el Señor queda maravillado por la fe de aquél hombre y realiza inmediatamente el milagro que el centurión le había pedido.

Hoy en día es difícil encontrar esta clase de fe, la fe que espera sólo en la gracia de Dios, aquella fe que se produce en hombres y mujeres que se olvidan de sí mismos y que centran toda su confianza y toda su obediencia delante del Señor Jesús, aun cuando creerle a Dios y obedecerle los lleve por valles sombríos y hasta a veces vergonzosos, pues se nos olvida que es por pura gracia y misericordia que recibimos el favor de Dios, y no por nuestra excesiva confianza en Dios, ni siquiera por tener una fe descomunal en lo que Dios puede hacer, pues no es por nosotros mismos ni por nuestros méritos que agradamos a Dios (a veces muchos cristianos ven la fe como un mérito personal y no como nuestra respuesta a las instrucciones de Dios), sino solamente por Su gracia, y cuando nos humillamos delante del Hijo de Dios, la gracia y el favor de Dios se hacen hermosamente efectivos y palpables en nosotros, sus hijos amados.



Escríbenos, estamos a tus órdenes:





El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en 
América Latina © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.


Derechos Reservados ©
Erik Orlando Torres Zavala
Barcelona 421 Col. Hacienda San Marcos
Juárez N.L. México
2019
Share:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Erik Torres

Erik Torres
Necesidad Literaria

La autocrítica al momento de escribir

Adquiere mi nueva Novela

Adquiere mi nueva Novela
Los Hijos de Dios

Buscar este blog

Vistas totales a la página.

Con la tecnología de Blogger.

Translate

Únete a la Comunidad de Nuestro Blog