Recuerdo
una ocasión en que me encontré con un amigo de la adolescencia, quien era diez
años menor que yo y quien había empezado a servir en una iglesia como
maestro-consejero. Esa mañana lo saludé y me preguntó, qué había sido de mi
vida, a lo cual yo le respondí que mi vida había tomado un mejor rumbo, pues
ahora caminaba al lado de Jesucristo. Como sus preguntas hacia mi actividad
eclesial fueron profundizando cada vez más, me vi en la necesidad de contarle
que estaba sirviendo como maestro y consejero de los jóvenes en la iglesia a la
cual yo asistía, a lo que él me respondió: “mira qué bien, yo también soy maestro-consejero,
sólo que un poco más arriba que tú, pues tú eres consejero de jóvenes y yo ya
soy consejero de adultos”, a lo cual pensé intentando justificarme ante aquella
acusación de inferioridad, ¿consejero de adultos con veinte años de edad y sin
haber tenido aún una experiencia como jefe de familia? Yo tenía en ese entonces
treinta años de edad, siete años de casado y tres hijos, pero no era consejero
de adultos sino de jóvenes.
Aquí es donde empezamos a comprender que
lo que le da dificultad a los ministerios no es la edad de las personas
atendidas, sino el conocimiento vivencial que el maestro o consejero tenga
acerca de la forma de vida de las personas atendidas. Aunque en el caso de la
consejería juvenil ocurre algo paradójico, pues no basta con haber sido joven
para ser un buen consejero de jóvenes, hay que meterse a la mente de ellos,
entenderlos en su manera de pensar y aceptarlos tal cual son, pero mostrar en
amor que estamos en desacuerdo con ciertas actitudes que manifiestan ante la sociedad.
Leyendo La Generación Desconectada del
escritor cristiano Josh McDowell nos dimos cuenta que incluso no basta con
creer haber entendido a los jóvenes, sino que debemos tomar en cuenta la
corriente que de continuo los arrastra. Los jóvenes van cambiando su manera de
pensar de generación en generación, y por lo tanto la experiencia de haber
trabajado con jóvenes sólo es útil cuando dicha experiencia se aplica y se
adapta a la forma de vivir de los jóvenes de hoy.
La corriente del posmodernismo, según Josh
McDowel, es lo que ha venido a afectar la forma de pensar de los jóvenes. Esta
corriente les ha enseñado, sin darse cuenta ellos mismos, un concepto liberal
acerca de la tolerancia, pues el posmodernismo sitúa la tolerancia en un plano
de permisión y aprobación de las creencias, ideologías y comportamientos del
ser humano. Esto los lleva a ellos a ser incomprendidos por sus padres, por
ejemplo: sus padres entienden la tolerancia desde otro punto de vista muy
distinto, es decir, desde la perspectiva de la aceptación de las personas, pero
no de sus ideas o actitudes; y este abismo o frontera de incomprensión es el
que separa la unión que debería haber entre los padres y los hijos.
Ahora, ya sabemos dónde está el problema,
pero no hemos propuesto una solución razonable, pues para corregir siempre hay
que proponer. La propuesta que el autor nos sugiere consiste en la comprensión
absoluta de los hijos, y con absoluta nos referimos a comprender desde el
funcionamiento de su cuerpo en desarrollo, hasta su perspectiva del mundo.
Uno de los aspectos más importantes a
comprender de parte de los padres es la mente del joven. El cerebro humano en
la adolescencia no se ha desarrollado
del todo como se creía en épocas pasadas, por lo tanto los jóvenes podrán tener
una percepción de las cosas totalmente voluble. Esto influirá además en el
comportamiento y en sus emociones, y por consecuencia, la falta de comprensión
de parte de los padres produce en ellos un sentimiento de abandono y soledad. Por tanto se pide a los padres que traten de
comprender a sus hijos y su proceso de desarrollo físico, y en base a ello
implementar las medidas regulatorias en el hogar.
Otra cosa muy importante, que ayudará a
los jóvenes a mostrar una respuesta positiva en el hogar, es el establecer una
relación personal con ellos, motivarlos en sus sueños, dedicarnos más a
analizar sus propuestas antes de juzgarlas como disparates, no descartar la
posibilidad de cambiar nuestro concepto personal, como padres, de dar amor, ya
que lo que es amor para nosotros los padres, para ellos es rechazo. Por ejemplo
el establecer normas sin razón, aunque sean buenas, imponerlas en ellos sin un
argumento mejor que el que “somos los padres y ellos los hijos”, al mismo
tiempo que pensamos dentro de nosotros “algún día me lo agradecerá”.
Así que, tratemos de entablar una relación
más profunda con nuestros hijos, cambiemos el modelo establecido inconscientemente
por la tradición familiar, tomemos solamente lo mejor de dicha tradición y cambiemos así la
historia de nuestros hijos para bien, pues ellos serán padres y tendrán hijos
que educar, cambiemos entonces el rumbo de lo establecido y transmitamos más
acertadamente el mensaje de amor que les hemos querido transmitir a través de
una actitud autoritaria o a través de nuestras palabras, fundadas en nuestra errónea
comprensión de su forma de actuar y pensar.Fuentes consultadas:
McDowell, Josh. La Generación Desconectada. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 2002.
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El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en
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2013
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