“El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz;
Y a los asentados en región de sombra de muerte,
Luz les resplandeció.” (Mateo 4:16)
Debió ser un gran gozo para Mateo citar estas palabras del Profeta Isaías. Él quería encargarse y asegurarse de que su pueblo, quienes también eran sus hermanos, entendieran que la gloria que se había manifestado en aquellas regiones sombrías de pecado, provenía de Dios, cuyo resplandor de su gloria es el Señor Jesús (Hebreos 1:3).
Ni los escribas ni los fariseos querían trabajar en aquellas regiones, pues no consideraban aquel lugar digno del Señor. Pero fue el mismo Señor de la gloria el que llegó a aquel lugar olvidado a resplandecer en toda su plenitud delante de los ojos de aquellos pecadores que se gozaron grandemente en la gloria del Unigénito Hijo de Dios.
Cuando vemos un barrio en el que las prácticas comunes son el robo, el adulterio, la fornicación, las drogas, la prostitución, etc., solemos decir que ese lugar es un lugar que necesita mucho de Dios. No así cuando vemos una localidad en donde aparentemente todos tienen una vida recta y limpia.
Nuestra opinión personal es que ambas plazas tienen mucha necesidad de Dios, y que la diferencia radica solamente en que unos reconocen que verdaderamente han pecado contra Dios, pero no saben cómo acercarse a él, o a través de quién pueden hacerlo; y los otros no reconocen su necesidad de Dios, ya sea porque no roban, no se emborrachan, no se prostituyen o no se drogan, pero a fin de cuentas los pecados se conciben primeramente en el corazón, y son regados por nuestros pensamientos, y después se desarrollan y crecen por medio de nuestros hechos; por lo que existiendo el pecado en nuestro corazón, eso nos hace pecadores viles e inmerecedores de la salvación de Dios.
Aún así, la misma palabra de Dios nos enseña para quién debemos reservar nuestra prioridad. Aunque Cristo murió por todos en el mundo, pero él vino a buscar a los pecadores; es decir, a quienes saben que tienen necesidad de Dios y quienes reconocen que merecen el infierno, y que no hay nada que ellos puedan hacer para salvarse.
Donde sea que Cristo vaya, él resplandecerá con su voz en las palabras del Evangelio, y llegará a los corazones más oscurecidos por el pecado, y alumbrará en ellos como en nosotros la luz de Cristo. Y entonces ellos verán su propia iniquidad, y reconocerán que han pecado delante de Dios, por lo que Dios lo salvará, porque se humillarán y se quebrantarán en su espíritu.
El Señor Jesucristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento; a los viles pecadores entre los cuales nos encontramos nosotros, porque la palabra de Dios dice que no hay justo ni aún uno (Romanos 3:10)
La clara evidencia de que todos nosotros realmente hemos pecado contra Dios, se hace manifiesta cuando consideramos el primer mandamiento de su ley, el cual es el más importante, y que dice: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30), pues siendo honestos, no hay uno solo en el mundo que haya amado a Dios de esta manera, mas que el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo.
No era posible que ninguno de aquellos pecadores que habitaban en tinieblas pudieran por sí mismos salir de aquellas tinieblas de pecado, pues aunque ellos eran responsables por sus actos delante de Dios, y al pecar sabían perfectamente que estaban haciendo lo malo, su misma ceguera y las mismas tinieblas que los rodeaban los imposibilitaba para salir por sus propios medios.
Sin embargo, la luz de Cristo que resplandeció en su camino, los ayudó y les dio una nueva oportunidad para vivir, experimentando por primera vez el verdadero arrepentimiento por sus pecados (pues estaban viendo llegar ante sus propios ojos el reino de Dios) como una muestra de humillación ante Dios, para que el pago que Cristo hizo en la cruz por cada uno de ellos, fuera efectivo delante de Dios; algo que seguramente les pareció como un regalo inmerecido.
También creían que no tenían oportunidad de salvación, porque esto era lo que habían aprendido de los ancianos, y de los escribas y fariseos, que sin misericordia los habían desechado, cuando no tenían ningún derecho a hacerlo, porque el único autor y consumador de la fe es el Señor Jesús; mas estos los condenaban bajo la supuesta maldición de Dios sobre ellos por no conocer la ley cuando decían: "esta gente que no sabe la ley, maldita es" (Juan 7:49).
Por eso, esta región tuvo un gran gozo cuando fue a visitarlos alguien de carne y hueso, el Señor Jesús, anunciando la buena noticia de que si se arrepentían de sus pecados y los abandonaban, Cristo nunca los iba a abandonar e iba a interceder por ellos delante del Padre Celestial para siempre.
Vayamos nosotros a las regiones que andan en sombra de muerte, nosotros que ya conocemos la luz de Cristo y hemos visto el resplandor de su gloria por medio de su Santo Evangelio. Levantémonos y resplandezcamos en medio de las tinieblas de este mundo, para que los que andan en región de sombra de muerte puedan ver la luz y se arrepienten de sus pecados; para que vengan a los pies de Cristo y sean salvos, y puedan saber que Cristo compró la salvación de Dios para ellos y para nosotros, pagando un precio muy alto: el precio de su sangre preciosa derramada en la cruz.
Prediquemos que esta salvación está al alcance de su arrepentimiento y humillación delante de Dios; y que Dios hará una gran obra en ellos y en nosotros. Que él es fiel: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Ni los escribas ni los fariseos querían trabajar en aquellas regiones, pues no consideraban aquel lugar digno del Señor. Pero fue el mismo Señor de la gloria el que llegó a aquel lugar olvidado a resplandecer en toda su plenitud delante de los ojos de aquellos pecadores que se gozaron grandemente en la gloria del Unigénito Hijo de Dios.
Cuando vemos un barrio en el que las prácticas comunes son el robo, el adulterio, la fornicación, las drogas, la prostitución, etc., solemos decir que ese lugar es un lugar que necesita mucho de Dios. No así cuando vemos una localidad en donde aparentemente todos tienen una vida recta y limpia.
Nuestra opinión personal es que ambas plazas tienen mucha necesidad de Dios, y que la diferencia radica solamente en que unos reconocen que verdaderamente han pecado contra Dios, pero no saben cómo acercarse a él, o a través de quién pueden hacerlo; y los otros no reconocen su necesidad de Dios, ya sea porque no roban, no se emborrachan, no se prostituyen o no se drogan, pero a fin de cuentas los pecados se conciben primeramente en el corazón, y son regados por nuestros pensamientos, y después se desarrollan y crecen por medio de nuestros hechos; por lo que existiendo el pecado en nuestro corazón, eso nos hace pecadores viles e inmerecedores de la salvación de Dios.
Aún así, la misma palabra de Dios nos enseña para quién debemos reservar nuestra prioridad. Aunque Cristo murió por todos en el mundo, pero él vino a buscar a los pecadores; es decir, a quienes saben que tienen necesidad de Dios y quienes reconocen que merecen el infierno, y que no hay nada que ellos puedan hacer para salvarse.
Donde sea que Cristo vaya, él resplandecerá con su voz en las palabras del Evangelio, y llegará a los corazones más oscurecidos por el pecado, y alumbrará en ellos como en nosotros la luz de Cristo. Y entonces ellos verán su propia iniquidad, y reconocerán que han pecado delante de Dios, por lo que Dios lo salvará, porque se humillarán y se quebrantarán en su espíritu.
El Señor Jesucristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento; a los viles pecadores entre los cuales nos encontramos nosotros, porque la palabra de Dios dice que no hay justo ni aún uno (Romanos 3:10)
La clara evidencia de que todos nosotros realmente hemos pecado contra Dios, se hace manifiesta cuando consideramos el primer mandamiento de su ley, el cual es el más importante, y que dice: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30), pues siendo honestos, no hay uno solo en el mundo que haya amado a Dios de esta manera, mas que el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo.
No era posible que ninguno de aquellos pecadores que habitaban en tinieblas pudieran por sí mismos salir de aquellas tinieblas de pecado, pues aunque ellos eran responsables por sus actos delante de Dios, y al pecar sabían perfectamente que estaban haciendo lo malo, su misma ceguera y las mismas tinieblas que los rodeaban los imposibilitaba para salir por sus propios medios.
Sin embargo, la luz de Cristo que resplandeció en su camino, los ayudó y les dio una nueva oportunidad para vivir, experimentando por primera vez el verdadero arrepentimiento por sus pecados (pues estaban viendo llegar ante sus propios ojos el reino de Dios) como una muestra de humillación ante Dios, para que el pago que Cristo hizo en la cruz por cada uno de ellos, fuera efectivo delante de Dios; algo que seguramente les pareció como un regalo inmerecido.
También creían que no tenían oportunidad de salvación, porque esto era lo que habían aprendido de los ancianos, y de los escribas y fariseos, que sin misericordia los habían desechado, cuando no tenían ningún derecho a hacerlo, porque el único autor y consumador de la fe es el Señor Jesús; mas estos los condenaban bajo la supuesta maldición de Dios sobre ellos por no conocer la ley cuando decían: "esta gente que no sabe la ley, maldita es" (Juan 7:49).
Por eso, esta región tuvo un gran gozo cuando fue a visitarlos alguien de carne y hueso, el Señor Jesús, anunciando la buena noticia de que si se arrepentían de sus pecados y los abandonaban, Cristo nunca los iba a abandonar e iba a interceder por ellos delante del Padre Celestial para siempre.
Vayamos nosotros a las regiones que andan en sombra de muerte, nosotros que ya conocemos la luz de Cristo y hemos visto el resplandor de su gloria por medio de su Santo Evangelio. Levantémonos y resplandezcamos en medio de las tinieblas de este mundo, para que los que andan en región de sombra de muerte puedan ver la luz y se arrepienten de sus pecados; para que vengan a los pies de Cristo y sean salvos, y puedan saber que Cristo compró la salvación de Dios para ellos y para nosotros, pagando un precio muy alto: el precio de su sangre preciosa derramada en la cruz.
Prediquemos que esta salvación está al alcance de su arrepentimiento y humillación delante de Dios; y que Dios hará una gran obra en ellos y en nosotros. Que él es fiel: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
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El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en
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Erik Orlando Torres Zavala
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2019.
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