La tarea de predicar es una tarea de mucho compromiso, pues a diferencia de los conferencistas, los predicadores tienen la responsabilidad de llevar un mensaje directamente de parte de Dios, y no solamente de llevar palabras de consolación o criterios que ayuden a concientizar a las personas sobre ciertos asuntos. El predicador lleva consigo la carga y la conciencia de que está exponiendo un mensaje de autoridad de parte de Dios, pues sus predicaciones se basan en la Biblia.
El acto de la predicación no es algo que podamos realizar excluyendo a Dios de nuestra vida. Los conferencistas u oradores se valen totalmente de las habilidades adquiridas y de un talento nato que han ido desarrollando con el andar de los años, a tal grado que se convierten en personas persuasivas, ejerciendo una cierta autoridad y un cierto dominio psicológico sobre su auditorio.
El caso del predicador es muy distinto, pues éste ha de basar completamente su vocación sobre un llamamiento divino, aun cuando hay habilidades y recursos que en el camino irá adquiriendo, el predicador de Dios deberá depender totalmente de la dirección divina, y encarrilará todo su conocimiento y su talento hacia el rumbo que Dios le haya mostrado, es decir, se convertirá en un pastor atento a la voz guiadora del Pastor de pastores y dueño absoluto del rebaño que es la Iglesia.
Por tanto, el predicador buscará fervientemente, reflejar en sí mismo la persona del Señor Jesucristo. Lo que hizo Jesús durante su ministerio fue precisamente eso, mostrar a través de su vida a aquél que lo había enviado a predicar las buenas nuevas de salvación, y esto lo vemos manifestado en el evangelio cuando éste nos narra el día en que el apóstol Felipe le propone al Maestro, que le muestre a él y a sus condiscípulos a Dios el Padre y eso les bastaba, a lo cual el Señor Jesucristo respondió “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? “(Juan 14:9)
Otro aspecto importantísimo en la vida del predicador es la necesidad y obligación de ganar almas para Cristo. Es verdad que el predicador tiene una gran responsabilidad respecto al crecimiento espiritual de la congregación para la cual predica, sin embargo el predicador no debe olvidar que tiene una labor de suprema importancia, aquello por lo cual vino Cristo a morir: la salvación de las almas.
Hay que recordar el consejo que el apóstol Pablo le da al pastor Timoteo, entre otras cosas le pide “hacer obra de evangelista” (2 Timoteo 4:2-5). El apóstol Pablo no limita la labor pastoral de Timoteo a apacentar a las ovejas, sino que le pide que vaya y rescate nuevas ovejas para luego apacentarlas en el rebaño del Señor.
El predicador no debe descartar la posibilidad de encontrar almas alejadas de Dios entre los congregantes que le escuchan, por lo tanto será indispensable que la exposición que haga de la Palabra de Dios incluya el mensaje de salvación de la cruz de Cristo. Ahora, si el predicador conoce bien a su congregación y está seguro de que, en un determinado día no hay inconversos entre los asistentes, eso no debe ser motivo para que deje de pensar en hacer un llamado a las almas de entregarse a Cristo y de orar por ellas siempre que se prepare para compartir la Palabra.
En cuanto a la vida que el predicador debe llevar, la Biblia menciona algunas cosas que son fundamentales en el caminar del siervo de Dios. Recordemos el fruto del Espíritu, es decir, las virtudes que el apóstol Pablo menciona como las cosas contra las cuales no hay ley, este fruto será fundamental en la vida del predicador, pues le será difícil presentarse ante una congregación diciendo que tiene autoridad departe de Dios si no muestra con su vida que Dios ha trabajado poderosamente en él. Por el contrario, si el predicador pone en práctica la enseñanza bíblica y es dócil en la dirección del Espíritu Santo, su autoridad dada departe de Dios para exponer las Escrituras le ayudará en el efecto que su trabajo como predicador produce en los creyentes.
El aspecto con el que el predicador debe tener mayor cuidado es la preparación de sus sermones, una preparación espiritual e intelectual. Espiritual en el área de la oración personal, de la intimidad con Dios, de la vida diaria devocional, de la lectura diaria de la Palabra y de la oración por los hermanos a los cuales les predicará. Tampoco debe olvidar la preparación respecto comentarios bíblicos para hacer revisión de su propia interpretación de la Palabra, así como lectura de artículos interesantes que le amplíen la visión, pero que no cambien el rumbo y propósito del tema expuesto, que es en general, edificar a la iglesia y satisfacer sus necesidades espirituales, y que no le hagan caer en pedantería y exceso en el uso de vocablos desconocidos.
Como predicadores hay que estar conscientes de la responsabilidad que tenemos delante de nosotros, como alguien diría, “atendemos asuntos de eternidad”. Empezando por prepararnos continuamente, ya que este llamamiento a predicar la Palabra de Dios es perpetuo, se predica continuamente durante toda una vida, entonces la preparación debe ser también constante y le debe orientar hacia predicar de una manera entendible, pues los sermones tienen efecto únicamente si el creyente entiende el mensaje que el predicador pretende comunicar, pues Dios usará su sermón indudablemente, pero para esto deberá prepararse al grado de dominar el tema de una manera fluida, aunque no habrá que descartar la posibilidad de que Dios le cambie por completo su panorama e incluso todo el sermón para darle a predicar lo que la congregación realmente necesita.
Fuentes consultadas.
Fuentes consultadas.
Olford, Stephen F. Guía de predicación expositiva. Nashville, Tennessee: Broadman & Holman Publishers, 2005.
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