Un día se le acercaron a Jesús unos estudiosos de la ley, y uno de ellos le hizo la siguiente pregunta:
“Maestro ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (Mateo 22:36).
Lo que pretendía aquel hombre con este cuestionamiento, en representación del grupo de intelectuales que le acompañaba, era hacer caer en el error al Señor Jesús; cosa que no conseguirían ni en sus sueños, pues ellos mismos fueron exhibidos públicamente por su propia necedad, tal como le sucedió a todos los que pretendieron hacer lo mismo. Me gustaría que enfocáramos nuestro pensamiento hacia la actitud de aquel hombre, pues ésta nos deja una enseñanza muy reveladora, y esta es: que lo que verdaderamente hay en el corazón de una persona religiosa, es el afán por cumplir los mandamientos de la ley de Dios para poder merecer la entrada al reino de los cielos.
Claro que es importante obedecer los mandamientos y la Palabra de Dios, pero obedecer los mandamientos de la ley de Dios no pueden llevar a nadie a conseguir la salvación “pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.” (Gálatas 2:21) dice la Palabra de Dios; porque lo que esto quiere decir es que la salvación ya fue ganada en la cruz, por el mérito sacrificial que el Hijo de Dios hizo en lo alto del monte Calvario, y lo hizo sin acepción de personas, para todos los que quieran recibirle y los que ya le han recibido, como su único y suficiente salvador personal.
La respuesta que dio Jesús acerca del asunto que cuestionaba aquel intérprete de la ley, fue contundente, una respuesta que nos obliga a cambiar nuestra manera de pensar, tan llena de religión, y apegada a las costumbres y tradiciones de las religiones que existen en todo el planeta, mismas que ponen como requisito para tener la posibilidad de entrar al cielo, el portarse bien y cumplir con los mandamientos de Dios, pero Jesús nos da la siguiente aseveración:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:37-40)
Todo se resume en que el amor es el resultado del poder de Dios actuando en nosotros a través de la persona del Espíritu Santo, que habita en cada uno de sus hijos. Reiteramos, es un resultado, un fruto del trabajo del Espíritu Santo de Jesús obrando en nuestra vida, pues dice la Palabra: “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Este texto de la Palabra de Dios nos deja claro que es Dios mismo quien hace la obra en nosotros, y no nosotros.
Dirá usted “¿no debo hacer nada entonces para demostrar que realmente amo a Dios?” pues la respuesta es que ¡hay mucho trabajo en la viña del Señor!, hay muchas almas por rescatar del infierno, y sí, hay que entrarle a ese trabajo tal y como dijo el Señor Jesús cuando niño “en los negocios de mi Padre me es necesario estar” (Lucas 2:49). Sin embargo lo que nos debe quedar muy claro es que no se trata de nosotros mismos como tema principal sino de Dios; ya que nosotros sólo podemos poner nuestra persona a total disposición de Dios, porque nuestras fuerzas, nuestros dones, nuestros recursos, y nuestra vida misma ¡provienen de Dios!, pues es Dios el que nos usa como sus herramientas de trabajo, es la Palabra de Dios la que nos usa a nosotros y no nosotros a ella, pues aun cuando la Biblia dice que usemos bien la Palabra de Verdad (2 Timoteo 2:15), lo que esto significa es que la Palabra debe salir de nuestra boca con integridad, y debe provenir de nuestra vida con buen testimonio, porque si somos honestos, nosotros sin la Palabra de Dios no somos nada, y eso nos indica que es la Palabra de Dios la que nos usa a nosotros y no al revés; y lo que suceda a partir de que nos use la Palabra de Dios, es lo que entendemos como un resultado y fruto del Espíritu Santo de Dios obrando en nosotros, y no producto de nuestra propia voluntad.
Así que, pongamos nuestros ojos en Cristo y no en las cosas de este mundo para que Dios nos use poderosamente, que nuestra fe sea correctamente enfocada en el amor de Dios, en la cruz de Cristo, en lo que él me regaló al morir por mí y no en la perspectiva errónea de que la salvación se obtiene por las obras, pues la Palabra de Dios nos enseña que el propósito de Dios, no es que nosotros mostremos nuestra bondad y misericordia personal al mundo, sino que mostremos al mundo la bondad y la misericordia propias de Dios, mismas que tuvo primero para con nosotros, y que Él desea tener hacia muchas más personas, sólo que, en su soberanía, ha decidido hacerlo a través de nuestra vida, pues dice:
“4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. 8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:4-9)
¡Amén!
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2016
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